Un día del pasado año, me
invitaron muy amablemente al programa La Biblioteca Encantada, presentado por
Javier Fernández, de Radio 21. El motivo era el de desentrañar las claves de la
novela negra actual. Al programa asistieron varios escritores: Miguel Ángel de
Rus, Javier Hernández, José Luis Caramés y yo mismo; y asistieron también dos
colaboradores: Miriam y Ángel G. Ropero.
Allí conocí a otro escritor:
a David J. Skinner.
Doy fe de ello en este fotografía (el estirao soy yo)
Me impresionó a primera
vista. Su nombre, sus rasgos, su cartera y su vestimenta, especialmente la
gabardina, me hicieron pensar en alguno de los personajes que pueblan las
historias del género negro. Al terminar el programa, David y yo nos fuimos a
tomar un café (¡eh, David, el próximo lo pago yo!), y estuvimos charlando un
buen rato.
Me contó sus inicios como
escritor, su método de trabajo, sus preferencias estilísticas y los temas que
le interesaban a la hora de escribir.
¡Qué curioso!... Acababa de descubrir a un
tipo con el que compartía muchas afinidades.
También hablamos sobre los
libros que habíamos escrito, publicados o no, y le pedí que me recomendara uno de
los suyos. No lo dudó, él ya conocía mis gustos tras nuestra conversación. Me
dijo que leyera August. Pecado mortal,
y que, pensaba él, me gustaría. Yo tampoco dudé y, días después, compré un
ejemplar.
Cuando vi que contaba con
poco más de cien páginas, lo coloqué en la tercera posición de mi pila de
libros por leer. Según pasa el tiempo se me hace más cuesta arriba afrontar
libros enormes que, en mi opinión, cuentan historias a las que le sobran la
mitad de sus páginas. En este caso me alegré; solo cien páginas, de cabeza a la
tercera posición. Por otro lado, he de admitir que yo creía que una novela negra tan breve no podía narrar
una buena historia, precisamente por las limitaciones de espacio para
desarrollarla. Es decir, tenía algunas reticencias.
Un par de semanas más tarde,
le llegó el turno a August. Pecado mortal.
Y, tras unos minutos de
lectura, confieso que me equivoqué.
¡Cielo Santo!... ¡Pero cómo
demonios ha podido este David escribir una novela así!
Continué leyendo hasta
terminarla.
Y me ratifico en mi
equivocación, nacida de una impresión inicial tan banal.
¡Joder, David, qué cabrón
(perdona), me has hundido en la miseria!...Creía…, creía que yo no incluía
paja en mis propias novelas.
Podría contar muchas cosas
sobre August. Pecado mortal…, pero
eso me obligaría a desvelar la historia. Así que no lo haré, aunque sí que me
atreveré a reseñar algunos puntos que me impactaron y que no rebelan nada.
Lo primero: el formato.
Capítulos muy breves, divididos en dos partes: en la primera se narra una
escena del pasado de August (el protagonista); y en la segunda se presenta una
conversación en el presente con su guardián. En definitiva, un formato dinámico
que conecta el tiempo, pasado y futuro, con gran acierto.
Lo segundo: el estilo.
Conciso y sin florituras. ¿Se pueden contar más cosas en tan pocas palabras?
Sí. David lo hace.
Lo tercero: los personajes.
No hay muchos, pero eso no empobrece la historia, al contrario. Además, cada
uno de ellos participa en ella según sus intereses, no al servicio del autor o
del protagonista principal. Es decir, todos los personajes, incluso los
secundarios, juegan a su manera en esta novela.
Lo cuarto: la trama. Desde la
primera página, el lector ya sabe quién es August y cuál es su futuro. Vale, ¿y
qué?... ¿Acaso supone eso un demérito?... En absoluto. La trama se desarrolla
casi en su totalidad en el pasado de August, y creedme cuando os digo que no
resta un ápice el interés sobre el desenlace.
Y lo quinto.
Bueno, lo quinto... me lo
reservo para cuando tenga la oportunidad de comentar esta novela con alguien
que también la haya leído.
Solo me queda algo por decir
(una ocurrencia, no más): que yo he cambiado el título de esta novela.
Para mí, debería llamarse August. Pecado mortal… no leerla.
David, te autorizo a utilizar
este título en las próximas ediciones.
No te costará ni un café.