jueves, 12 de febrero de 2015

August. Pecado mortal... no leerla

Un día del pasado año, me invitaron muy amablemente al programa La Biblioteca Encantada, presentado por Javier Fernández, de Radio 21. El motivo era el de desentrañar las claves de la novela negra actual. Al programa asistieron varios escritores: Miguel Ángel de Rus, Javier Hernández, José Luis Caramés y yo mismo; y asistieron también dos colaboradores: Miriam y Ángel G. Ropero.

Allí conocí a otro escritor: a David J. Skinner.
Doy fe de ello en este fotografía (el estirao soy yo)



 Me impresionó a primera vista. Su nombre, sus rasgos, su cartera y su vestimenta, especialmente la gabardina, me hicieron pensar en alguno de los personajes que pueblan las historias del género negro. Al terminar el programa, David y yo nos fuimos a tomar un café (¡eh, David, el próximo lo pago yo!), y estuvimos charlando un buen rato.
Me contó sus inicios como escritor, su método de trabajo, sus preferencias estilísticas y los temas que le interesaban a la hora de escribir.
¡Qué curioso!... Acababa de descubrir a un tipo con el que compartía muchas afinidades.
También hablamos sobre los libros que habíamos escrito, publicados o no, y le pedí que me recomendara uno de los suyos. No lo dudó, él ya conocía mis gustos tras nuestra conversación. Me dijo que leyera August. Pecado mortal, y que, pensaba él, me gustaría. Yo tampoco dudé y, días después, compré un ejemplar.


Cuando vi que contaba con poco más de cien páginas, lo coloqué en la tercera posición de mi pila de libros por leer. Según pasa el tiempo se me hace más cuesta arriba afrontar libros enormes que, en mi opinión, cuentan historias a las que le sobran la mitad de sus páginas. En este caso me alegré; solo cien páginas, de cabeza a la tercera posición. Por otro lado, he de admitir que yo creía  que una novela negra tan breve no podía narrar una buena historia, precisamente por las limitaciones de espacio para desarrollarla. Es decir, tenía algunas reticencias.

Un par de semanas más tarde, le llegó el turno a August. Pecado mortal.
Y, tras unos minutos de lectura, confieso que me equivoqué.
¡Cielo Santo!... ¡Pero cómo demonios ha podido este David escribir una novela así!
Continué leyendo hasta terminarla.
Y me ratifico en mi equivocación, nacida de una impresión inicial tan banal.
¡Joder, David, qué cabrón (perdona), me has hundido en la miseria!...Creía…, creía que yo no incluía paja en mis propias novelas.

Podría contar muchas cosas sobre August. Pecado mortal…, pero eso me obligaría a desvelar la historia. Así que no lo haré, aunque sí que me atreveré a reseñar algunos puntos que me impactaron y que no rebelan nada.
Lo primero: el formato. Capítulos muy breves, divididos en dos partes: en la primera se narra una escena del pasado de August (el protagonista); y en la segunda se presenta una conversación en el presente con su guardián. En definitiva, un formato dinámico que conecta el tiempo, pasado y futuro, con gran acierto.
Lo segundo: el estilo. Conciso y sin florituras. ¿Se pueden contar más cosas en tan pocas palabras? Sí. David lo hace.
Lo tercero: los personajes. No hay muchos, pero eso no empobrece la historia, al contrario. Además, cada uno de ellos participa en ella según sus intereses, no al servicio del autor o del protagonista principal. Es decir, todos los personajes, incluso los secundarios, juegan a su manera en esta novela.
Lo cuarto: la trama. Desde la primera página, el lector ya sabe quién es August y cuál es su futuro. Vale, ¿y qué?... ¿Acaso supone eso un demérito?... En absoluto. La trama se desarrolla casi en su totalidad en el pasado de August, y creedme cuando os digo que no resta un ápice el interés sobre el desenlace.
Y lo quinto.
Bueno, lo quinto... me lo reservo para cuando tenga la oportunidad de comentar esta novela con alguien que también la haya leído.

Solo me queda algo por decir (una ocurrencia, no más): que yo he cambiado el título de esta novela.
Para mí, debería llamarse August. Pecado mortal… no leerla.
David, te autorizo a utilizar este título en las próximas ediciones.

No te costará ni un café.