¿Qué mueve a una persona a escribir?
Me
refiero a qué es lo que verdaderamente obliga
a un ser humano a enfrentarse a un papel en blanco armado con tan solo un
bolígrafo. Sí, no ha sido un desliz; he dicho “armado”, porque el acto de
transmisión de ideas desde el cerebro a través del brazo y hasta el papel
parece, en muchas ocasiones, un fiero combate, aunque he de reconocer que, en
otras, fluye con alegría y naturalidad.
Pregunto
de nuevo: ¿qué nos mueve?
No
resulta fácil contestarla, ¿verdad?
Para
comprenderlo, debemos antes considerar varios escenarios.
El
primero afecta a los escritores profesionales;
y, por profesionales, me refiero a aquellos que viven de escribir,
independientemente del género que cultiven o del medio en el que publiquen sus
textos. Yo desconozco sus motivaciones, aunque intuyo que están relacionadas
con su medio de vida; posiblemente, el dinero sea el que los mueva.
En
el segundo escenario, ha de distinguirse el género de los escritos. Si nos ceñimos a los literarios, advertimos
tres muy diferenciados entre ellos: el dramático (lo simplificaré llamándolo
teatro); el lírico (poesía); y el épico (asimilado actualmente al narrativo).
Aunque está claro que para escribir correctamente, es necesario dominar los
entresijos del lenguaje, en el caso del teatro,
parece más evidente. La exclusividad de su forma a base de diálogos y la
ausencia de un narrador, lejos de simplificar la estructura narrativa, obligan
al escritor a definir las tramas de una forma excepcional, y añade un plus de
complejidad a la obra. En cuanto a la poesía,
no resulta fácil verter sentimientos en tinta. Convertirlos en versos, con rima
o no, supone un gran esfuerzo, unas veces doloroso y otras frustrante, al no
dar con las palabras adecuadas. El narrativo,
posiblemente, sea el género literario más completo, ya que aúna los diálogos
propios del teatro y las emociones de la poesía.
Existen
otros escenarios que pueden formarse con elementos distintos de los anteriores:
el estado de ánimo del escritor, sus circunstancias personales o laborales, el
tiempo disponible, la facilidad de pergeñar ideas o los condicionantes que
influyen para componer el entorno en el preciso momento en el que se escribe.
¿Se
puede inferir entonces que la motivación es la misma para todas las personas
según esos escenarios?
No,
claro que no.
Yo
no puedo responder por nadie más que por mí mismo, y hasta eso me resulta complicado.
He pensado mucho en ello desde que escribí mi primera novela hace ya dos años.
Y, tras profundas reflexiones, he llegado a una conclusión: yo empecé a
escribir para crear a un personaje.
Sí,
un personaje.
Su
nombre es Jake Eastwood.
Muchas
de las personas que han leído mis tres novelas publicadas hasta ahora pensarán
que exagero, que eso no es cierto, que mis novelas las pueblan más de sesenta personajes que se mueven por
tramas intrincadas en muchas localizaciones…, que uno solo no ha podido
motivarme con tanta intensidad.
Pues
yo os digo que se equivocan.
Tú,
Jake, tú me has inspirado.
Para
mí, no eres un simple personaje.
Ya formas parte de mi vida.
Por
eso he escrito estas líneas; una especie de homenaje por los felices momentos
que me has dado.
Por ti, Jake.
Tú…,
tú sí que eres el puto amo.
Y vosotros,
colegas…, contadme… ¿por qué os armasteis
con un bolígrafo?